Los Desaparecidos

La policía de Long Island dio como fugitivos de sus hogares a adolescentes inmigrantes perdidos. Una de las madres presintió que algo andaba mal.

Otra versión de este reportaje fue publicada en conjunto con Newsday y también se puede escuchar una nota basada en el mismo en el programa This American Life.
Ilustraciones de Julia Kuo, especial para ProPublica

Al principio, el grupo de mensajes de texto que llegaría a obsesionar a Carlota Morán pareció ser solo una molestia, una interrupción en la supuesta salida especial de ella sola con su hijo. La semana después del Día de los Presidentes de 2016, día feriado en la escuela, y Carlota había llevado a Miguel, su hijo de 15 años, a comer al bufet chino del centro comercial como se lo había prometido desde hacía tiempo. Miguel caminó con el brazo sobre los hombros de su madre cuando fueron a devolver un par de pantalones a American Eagle.

La campanita de su teléfono sonaba cada varios minutos, distrayéndolo. Carlota le preguntaba quién le mandaba textos tan seguido y el chico contestó con la vaguedad típica de un adolescente, “es solo un compañero de la escuela”.

Carlota medía un poco más de cinco pies y tenía el cabello castaño largo hasta media espalda, mientras que Miguel, ya de 5 pies 10 pulgadas, la sobrepasaba. Mientras se probaba ropa en el vestidor bromeaba con ella, “¿Por qué me hiciste tan guapo?”

Los mensajes seguían entrando. Eran de Alexander, compañero de clase de Miguel en Brentwood High, Long Island. Además prometían diversión en una tarde fría y aburrida de febrero. “Vamos a fumar pues hoy”, escribió Alexander en Facebook Messenger.

“No va que malo que has hecho” Contestó Miguel.

Eventualmente Miguel quedó de acuerdo en encontrarse con él pero hasta después, y quería llevar a un amigo. “No, solo nosotros”, fue la respuesta. “Nos echamos un porro. Ese hombre Jairo te lo va a regalar. “Solo nosotros 4. Nosotros los vamos a sacar los puros. Voz solo dog. El jairo te kiere invitar”.

Después de comer Carlota dejó a Miguel en casa del vecino para que jugaran video juegos, diciéndole que tuviera cuidado al bajarse del coche y atravesar la calle suburbana y tranquilo. Se sentía preocupada porque habían encontrado a un hombre muerto en el bosque.

Miguel y Alexander se cambiaron a mensajes de voz en Facebook. “¿Te espero ahí por el bosque?” dijo Alexander, cuyo título en Facebook era Alexander Lokote, jerga para pandillero.

“Mejor ahí por la casita sino nos quedamos por mi casa pero ahí en los arboles no me gusta”, dijo Miguel, acercándose bien el teléfono a la boca para que fuera escuchado por sobre la música del video juego.

Conforme atardecía, Miguel y Alexander discutían si se encontrarían en casa de Miguel o en los tramos de bosque que sirven de tejido conjuntivo entre los pequeños poblados de Long Island. Como a las 7 p.m., Miguel aceptó ir a la arboleda más cercana de su casa junto a la escuela. Dijo que no podría quedarse mucho rato.

“¿Ey donde estas. Yo aki estoy ya por la escuela. Con el jayro ando”, dijo Alexander.

“Espere por a la escuela”, contestó Miguel.

“Estamos aquí en las luces florescentes te vamos a esperar.”

Miguel caminó hacia el bosque vestido con unos pants negros y desapareció en la oscuridad. La única pista que tendría su familia acerca de dónde fue y lo que lo esperaba fueron los 84 mensajes de Facebook que había intercambiado ese día con Alexander. Estos fueron descubiertos semanas después por su hermana, no por la policía.

Miguel fue el primero de once alumnos de secundaria que desaparecieron en el mismo condado de Long Island en 2016 y 2017, cuando la pandilla callejera MS-13 comenzara a acosar a la comunidad latina con una brutalidad cada vez más feroz. Conforme desaparecía alumno tras alumno, a menudo atraídos por la promesa de fumar porros en el bosque, sus familias inmigrantes comenzaron a enfurecer por la falta de acción y los procedimientos inadecuados de la policía del Condado de Suffolk; según lo que aparece en más de cien entrevistas y miles de páginas de informes policiales, actas judiciales y documentos obtenidos a través de solicitudes autorizadas por la libertad de información.

Muchas de las familias provienen de países con antecedentes en los que los funcionarios públicos ven hacia otro lado mientas que las pandillas y escuadrones de matanza hacen desaparecer a personas jóvenes. Ahora sentían que se manifestaba el mismo patrón en los bosques de Long Island. Los funcionarios a quienes acudieron para pedir ayuda descartaron a sus hijos, diciendo que eran chicos escapados de sus casas en lugar de víctimas de delincuencias; y, en repetidas ocasiones ni siquiera proporcionaron intérpretes para padres y testigos que solo hablaban español. Su experiencia refleja la brecha mayor que existe entre el Departamento de Policía y los inmigrantes latinoamericanos. Es demasiado frecuente, aceptan los detectives, que la policía tenga un estereotipo de los inmigrantes jóvenes como pandilleros, además de minimizar la violencia que les ocurre como “asesinato de grado menor”.

Actualmente, la policía y el FBI ya toman medidas mucho más estrictas contra la MS-13. Impusieron cargos de delitos mayores a docenas de miembros de la MS-13, y las desapariciones han dejado de ocurrir casi por completo. El Presidente Donald Trump visitó Long Island y alabó a la policía del Condado de Suffolk por la “labor espectacular” que ha llevado a cabo en contra de la pandilla, tema que también ha hecho prioridad dentro de la seguridad nacional. El Departamento de Policía dice que sí tomó en serio las desapariciones y que ha mejorado sus relaciones con la comunidad latina. Pero el jefe del escuadrón de pandillas, Tnte. Tom Zagajeski admite que antes de que la atención del país se enfocara en este tema, el esfuerzo del departamento para combatir la MS-13, y de entender sus vínculos con las desapariciones, no fue suficiente. “Creo que ahora sabemos más acerca de cosas que antes no recibieron nuestra atención”, dijo en una entrevista.

Para la familia de Miguel, y muchas otras aterrorizadas por la MS-13, la respuesta policial llegó demasiado tarde y no fue suficiente.


Carlota había tratado de proteger a Miguel desde antes de naciera. Cuando los médicos en Ecuador le informaron que tenía un problema en la placenta, tuvo que reposarse en cama varios meses. Su bebé nació pequeñito a las veintinueve semanas y ella durmió junto a su incubadora de allí en adelante. Cuando aprendió a caminar, el juego favorito de Miguel era pararse afuera de la puerta principal y esperar que Carlota fuera a buscarlo. Luego salía corriendo por la calle, riendo y volteando hacia atrás para asegurarse que iba detrás de él. Carlota le siguió el juego por un rato para que no le hiciera el miedo a salir. Sin embargo, cuando cumplió cuatro años, colocó una barda de alambre de gallinero.

Ella sentía la presión de ser su única defensora ya que su padre los había dejado después de su nacimiento. Al ir creciendo su familia la regañaba diciendo que lo protegía demasiado. Los otros niños lo fastidiaban por ser gordito, por su leve tartamudeo, y por entrar a la escuela de la mano de su madre casi hasta la primaria. Carlota se casó con un ecuatoriano quien vivía parte del año en Long Island, y quien, eventualmente, obtuvo las tarjetas de residencia a favor de Miguel y su hermana mayor, Lady, en 2014. El matrimonio no perduró pero ella logró mantenerse con su empleo en una fábrica de sobres. Vivió con sus hijos en un departamento de dos recámaras en Brentwood, pequeña ciudad con una población mayoritaria de latinos y que se encuentra entre Manhattan y los Hamptons. Para Carlota, ambos lugares parecían estar a su alcance.

Hacia 2016, Miguel y Lady estaban ya inscritos en la escuela de educación media Brentwood High, y a Miguel lo fastidiaban nuevamente. Carlota notó lo desesperado que se sentía por pertenecer. Se pintó el cabello de rubio y ella lo obligó a volvérselo a teñir de castaño. Trató de perforarse las orejas y Carlota paró eso también. Lo regañó cuando se tatuó el nombre de su madre en el brazo, aunque se sintiera algo adulada.

Lady, quien iba un año por arriba de Miguel, fue quien se topó con las pandillas primero. Chicos con rosarios azules puestos, preferidos por los MS-13, la molestaban insistiéndole que se sentara con ellos a la hora del almuerzo y a fumar marihuana después de clases. Cuando no aceptó la invitación de los miembros de la MS-13, varios de ellos la acosaron y la tumbaron en el pasillo de la escuela. Pero Lady, quien tiene el cabello largo y grueso como Carlota, y el hábito de fruncir el ceño cuando habla, era solitaria por naturaleza y decidió convertirse en enfermera. La pandilla se dio por vencida con ella después de unos meses. Ella se preocupaba de que su hermanito, tierno, consentido de su madre, coleccionista de animalitos de peluche y aficionado de las caricaturas de Disney, sería blanco fácil. A través de una evaluación de educación especial, uno de los administradores de Brentwood High describió a Miguel como “fácil de complacer” y con “necesidad de interacción positiva con compañeros”. Lady le advirtió que habría consecuencias si tomaba en cuenta a las personas erróneas, o si pasaba demasiado tiempo en el “pasillo de los papis” donde se ponían los alumnos inmigrantes. “Le dije: así es como sobrevives la secundaria, no hagas amigos con nadie”, menciona Lady.

Un sendero a través del extenso bosque en Long Island que la policía de Suffolk County ha apodado “campos de matanza.”
Carlota Moran y Abraham Chaparro, la madre y padrastro de Miguel. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

Carlota había escuchado acerca de los problemas con las pandillas en Brentwood High y comenzó el hábito de olerle la ropa a Miguel para detectar marihuana. Sin embargo, cuando él le mencionó que varios compañeros lo molestaban, ella le dio el consejo normal de padres, que ignorara a los acosadores. También le complació ver que Miguel empezó a reunirse con amigos cerca de la escuela y que se hacía cada vez más confiado. Levantaba pesas y supuestamente comenzaría terapia de lenguaje para el tartamudeo. Tenía novia y se llevaba bien con Abraham Chaparro, el novio de Carlota a quien llamaba padrastro. El viernes que desapareció había presentado una solicitud para trabajar en el departamento de bomberos voluntarios de Brentwood.

Carlota sabía que era bueno que Miguel se independizara aunque aún la contentaba que quisiera pasar parte de las vacaciones de invierno con ella. Cuando lo dejó con sus amigos jugando video juegos, también fue a comprar pollo con arroz para cenar con la familia. Cuando llegó a su casa le envió un texto a Miguel preguntándole dónde se encontraba. Pasó una hora y mandó otro. Envió un tercer, cuarto y quinto mensaje, pensando para sí misma que él no había escuchado las primeras campanillas. “Miguel, ¿dónde estás?” “Miguel, por favor regresa a casa. No pasará nada”.

Hacia la medianoche traía el estómago retorcido de temor. Miguel nunca pasaba más de varias horas sin llamarla. Nunca se había pasado la hora de llegar a las 10 de la noche. A las 2 de la mañana no pudo esperar más. Se subió al auto y manejó hacia la escuela, las canchas de fútbol, los bares a los cuales Miguel no podría entrar por ser demasiado chico. Su mente le mostraba imágenes intensas de su hijo colgando en la puerta de un auto chocado o inconsciente en alguna fiesta. “Busqué y busqué y las horas transcurrían lentamente. Estaba yo sola en la oscuridad y sentí que mi mundo se acababa. Tenía mucho miedo de no volver a ver a mi niño jamás”, me dijo.

Cuando se le acabaron los lugares donde buscar, Carlota regresó a su casa y comenzó a caminar de un lado a otro por enfrente, buscando en la oscuridad. Luego se sentó en su cama con la ropa puesta a esperar al amanecer para ir a la estación de policía a informar que Miguel estaba desaparecido.


La puerta de la estación estaba atrancada por lo que Carlota tuvo que tocar el timbre. Al abrirla escuchó unos cascabeles pegados en esta. Los oficiales se encontraban sentados en una plataforma elevada junto a una vitrina con patrullas antiguas de juguete en miniatura. Un oficial que tomaba café saludó a Carlota preguntándole cómo podía servirle.

El Departamento de Policía del Condado de Suffolk se hace cargo de la mitad de Long Island, y es el 11o más grande del país. Sin embargo, le ha sido difícil ajustarse al influjo de inmigrantes latinoamericanos. En la zona comercial frente la estación de policía había una iglesia latina, un supermercado y una pupusería, pero pocos detectives ahí hablaban español y ninguno contaba con certificación bilingüe.

Carlota no sabía mucho inglés por lo que la acompañó su novio Abraham. Presentó los detalles básicos para el informe policiaco: Miguel tenía ojos cafés, pesaba 235 libras, tenía 15 años, y trató de explicar que su hijo nunca se iría de esta forma, él estaba muy apegado a ella y ni siquiera toleraba quedarse a dormir en casa de amigos. El oficial le dijo a Abraham que no había motivo para entrar en pánico. Que era muy probable que Miguel todavía estuviera con sus nuevos amigos de la escuela. “Probablemente estén divirtiéndose en la ciudad de Nueva York”, recuerda Abraham del comentario del policía. Debían volver a casa y esperar a que Miguel regresara.

Es un hecho que, en cuanto al orden público, las primeras 24 horas son solo 24 horas. El Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York tiene una lista de pasos que los oficiales deben hacer si un menor desaparece, la cual incluye hablar con sus amigos, revisar las cuentas de los medios sociales y emitir un boletín de prensa. El Condado de Nassau, que comparte su límite con el de Suffolk, tiene un protocolo aún más amplio que incluye advertir a las autoridades estatales al transcurrir dos horas de haber tomado un informe. El manual de policía del Condado de Suffolk solo requiere un paso si se presenta un informe de un menor desaparecido: buscar en la zona.

La entrada a la estación de policía donde Carlota y otros padres de Brentwood reportaron la desaparición de sus hijos. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)
Una carretera cerca de la escuela secundaria, Brentwood High School, en Long Island. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

Cuando regresaron a su casa, Carlota se sentía desesperada. Lady y Abraham inventaron diferentes posibilidades para calmarla y para aquietarse ellos mismos. Fueron a hablar con los amigos de Miguel pero nadie supo nada. Si la policía hubiera pensado que Miguel había sido raptado y se encontraba en peligro, podrían haber solicitado una alerta en todo el estado para emitir un mensaje de texto a toda la población y en los medios sociales para estar al pendiente de él. Carlota y Lady esperaron esa noche a que sus teléfonos sonaran con dicha alerta, pero los registros estatales indican que el Departamento de Policía nunca presentó una solicitud al respecto.

El día siguiente fue domingo. Lady y una amiga buscaron en el bosque acompañadas por un perro para sentirse protegidas. Adentrándose entre los árboles desojados encontraron ropa sucia y colchones sin cobijas y rodeados de paquetes de condones, pero ninguna señal de Miguel. Carlota esculcó las cosas de su hermano buscando alguna señal, pero solo encontró su libreta con dibujos que había hecho de la familia. Mencionaba distintas posibilidades de lugares a los cuales pudo haberse ido, pero siempre regresaba a la conclusión de que alguien lo debía de haber secuestrado. Abraham nunca la dejó sola, viendo lo preocupada que estaba por su hijo.

Se asignó un detective que hablaba español. El Detective Luis Pérez, fisicoculturista con toda una manga de tatuajes, había estado en la Fuerza Aérea antes de unirse al Departamento de Policía en los noventas. Él dirigió a otros policías durante la búsqueda que se hizo en los alrededores de la casa bajo un cielo invernal. Los oficiales también revisaron la habitación de Miguel y hablaron con un vecino que dijo que había visto al muchacho caminar hacia la escuela secundaria, pero que no sabían nada más. Pérez le dijo a Carlota que no se preocupara, que Miguel regresaría pronto.

Cuando las clases comenzaron nuevamente el lunes, Lady se preocupó por dejar a su madre sola pero Carlota insistió que fuera a la escuela. Carlota se quedó en casa e hizo una lista de los lugares en Brentwood y en los poblados cercanos donde podría estar Miguel. Cuando Abraham regresó de trabajar salieron manejando juntos para buscar en las calles.

Habían pasado tres días de faltar Miguel, por lo que la policía por fin emitió un boletín de prensa que decía que “los detectives no creen que haya juego sucio en la situación”. En la base de datos de personas desaparecidas, el departamento nombró a Miguel como menor que se había ido de su casa, aun cuando un vocero indicó que es política del departamento de policía suponer que los menores desaparecidos se encuentran en peligro a menos de que sus padres los hayan echado de la casa, o si tienen antecedentes de fugarse del hogar. Por lo general la policía dedica menos tiempo y recursos para buscar a adolescentes que se van de su casa voluntariamente. “En cuanto se dice que huyó de casa, (el término runaway en inglés), no se considera como incidente. No se trata de un delito”, dijo Vernon Gebereth, ex detective de homicidios de Nueva York y autor de un libro de texto sobre investigaciones policiales utilizado extensamente.

El martes alguien comenzó a responder a los mensajes de texto que Lady había estado enviando al teléfono de Miguel.

“¿Quién eres?” decía el mensaje.

“Soy la hermana de Miguel. ¿Por qué tienes su teléfono?” Respondió Lady, temerosa pero con alivio de que alguien por fin sabría dónde se encontraba Miguel.

“Mándame una foto tuya para ver si te conozco”, fue la respuesta. Lady se preguntó si el captor de su hermano jugaba con ella. Pero, de todos modos envío una foto donde aparecía con Miguel. Dice que fue a la estación para decirle a Pérez acerca de la extraña petición, pero que él no le pidió el teléfono y los mensajes dejaron de llegar.

Pérez y el Departamento de Policía se rehusaron a comentar acerca del caso de Miguel. El departamento también se rehusó a entregar el informe de persona desaparecida, ni a mí ni a la familia, diciendo que la investigación aún estaba en proceso. El departamento dijo que conduce minuciosamente todas las investigaciones sobre personas desaparecidas y que da seguimiento a todas las pistas.

“Nuestra respuesta ante una persona que se reporta como desaparecida no cambia según la nacionalidad”, dijeron, añadiendo luego que “los oficiales de la Policía del Condado de Suffolk son de los mejores del país y tratan a todos con profesionalismo y conmiseración”.



Carlota comenzó a ver las noticias obsesivamente y notó que el tema de la MS-13 aparecía con frecuencia. Fundada en Los Ángeles en la década de los ochentas por refugiados centroamericanos, la pandilla MS-13 opera en forma relativamente limitada todo el país pero tiene años de actividad en Long Island. La pandilla había matado dos personas cerca de Brentwood en los dos primeros meses de 2016 y llevaron a cabo un tiroteo enfrente de la biblioteca de la ciudad.

Después de cinco días sin avances aparentes de parte de la policía, Carlota decidió que necesitaba una nueva estrategia. Logró que un reportero de la estación local de televisión en español grabara un segmento sobre el caso. Con la cara mojada en lágrimas, confesó la posibilidad que comenzaba a girarle por la cabeza repetidamente: “Hay tantas cosas en este país de lo que uno no puede estar segura. Lo que más temo es que pueda tratarse de las pandillas.” Alex Roland, el reportero, asentó consideradamente con la cabeza, pero luego me comentó que él había pensado que era más posible que Miguel había escapado de su casa. Después de todo, eso era lo que había dicho la policía.

El departamento no había elaborado carteles de persona desaparecida para Miguel, por lo que Carlota fotocopió su credencial escolar con una nota en español: “Si alguien ve a este muchacho, por favor llame a su madre”. Luego colocó carteles en tiendas delicatesen, iglesias y en las tiendas de ropa favoritas de Miguel. Empezaron a llegar pistas de información: Miguel estaba comiendo empanadas, caminando por la playa, pidiendo limosna afuera del 7-11, cortándose el cabello con el barbero. Cada pista activaba un ciclo agonizante de emociones: dolor y confusión de que Miguel no le avisara que se encontraba seguro, y luego esperanza seguida por desesperación cuando la información resultaba ser falsa.

Lady siguió yendo a la escuela y tratando de mantenerse en calma por su madre. Pero en realidad extrañaba mucho a su hermano. Por las noches volvía a escuchar sus mensajes viejos solo para escuchar el tono tímido y callado de su voz. A principios de abril de 2016, casi dos meses después de desaparecer, Lady descubrió que Miguel había dejado su cuenta de Facebook abierta cuando entró con el teléfono de Abraham.

La pista de atletismo de Brentwood High School. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

Entonces comenzó a revisar sus mensajes de todo el año anterior detalladamente. En una conversación Miguel habló de ahorrar para comprarse unos tenis Nike Cortez, abandonando la idea después de que un amigo le advirtió que eran señal de pertenecer a la MS-13. La mayoría de sus mensajes eran intentos fallidos de hablar con las chicas de las escuela. Pero, el día que se perdió solo había una conversación: los 84 mensajes de texto y voz con Alexander. Lady dijo que reconoció a Alexander como pandillero por el lenguaje que usaba y sus fotos en su página de Facebook, las cuales mostraban imágenes de La Muerte y payasos riéndose, temas favoritos de la MS-13. Había series de mensajes ansiosos de familiares y amigos en las semanas posteriores, pero Alexander no volvió a enviar nada después de esa noche.

Carlota y Abraham le llevaron el teléfono a Pérez inmediatamente, quien se quedó con este varios días. Luego los llamó y los invitó al colegio a platicar con Alexander. Los expertos en procedimientos policiales dicen que un paso como ese es poco usual y riesgoso, ya que hacer contacto entre un testigo y la familia de la víctima de esa forma podría invalidar evidencias ante un juzgado. Si Pérez sospechaba algo sucio, dijeron, debería de haber obtenido una orden de cateo para registrar el teléfono de Alexander.

La Subdirectora Lisa Rodríguez llamó a Lady por el altavoz de la escuela para que saliera de clase y esperara en la recepción de las oficinas mientras que los adultos hablaban con el alumno que había persuadido a Miguel a salir. Alexander llegó vestido como pandillero de la MS-13, con un rosario azul de plástico y una camiseta blanca larga, aunque a Abraham le pareció un niño temeroso y “tan débil que no podría ni romper un plato.”

Carlota y Abraham recuerdan que Alexander dijo que él y sus amigos habían planeado ir con Miguel a unas vías de tren, pero que Miguel no había llegado. Carlota comenzó a llorar y exigió que le dijeran el paradero de su hijo. Alexander dijo que él no lo sabía. Pérez lo dejó ir después de media hora. “Yo supe de inmediato que esto era clave y le supliqué a Pérez que tratara de obtener más información”, dijo Carlota. “Les decía que él tenía que saber dónde estaba mi bebé”. Luego de despedir a Alexander, Pérez y la Subdirectora le dijeron a Carlota que en efecto, pensaban que sabía más de lo que disimulaba, pero que no había mucho que pudieran hacer los oficiales.

Un vocero del distrito escolar de Brentwood optó por no comentar acerca de la reunión añadiendo que el distrito coopera totalmente con la policía. Rodríguez dijo que no podía recordar quién era Alexander. “Trabajo con muchos chicos y es un edificio grande, no podría decirle”, comentó.

Lady dejó de ver a Alexander en la escuela después de esa reunión. El problema con las pandillas empeoraba. Había peleas frecuentes en los pasillos y los maestros atrancaban las puertas de los salones de clases. “Llegaban estos grupos de alumnos a rodear por todos lados. Daban miedo”, dijo el maestro de educación bilingüe Will Cuba. Lady trató de averiguar acerca de Miguel sin llamar la atención. Varios estudiantes le dijeron que quizás los MS-13 se fijaron en él porque uno de sus amigos se vestía de negro, lo cual era señal de pertenecer a la pandilla opuesta, Calle 18. Pero el amigo le dijo a Lady que él no estaba afiliado con esa pandilla.

Para fines de abril la policía solicitó al estado que emitiera un cartel de persona desaparecida. El cartel mencionaba que Miguel había huido de su casa.

Carlota sostiene un afiche de niño desaparecido que el estado hizo para Miguel. Lo describía como un chico que había huido de casa. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

Carlota dejó de trabajar en la fábrica de sobres y cayó en la rutina de ver el noticiero, hojear novelas de la biblioteca, pedirle actualizaciones a Pérez, y dar vueltas por los lugares donde ya había buscado a Miguel tantas veces, hasta perder la cuenta. También empezó a tomar medicamentos fuertes para el dolor porque no podía dormir por las noches ni estar quieta durante el día. Pensó ir a terapia, pero temía el consejo probable que le darían, que necesitaba aceptar que Miguel podría haberse ido.

Tres meses después de desaparecer su hijo, ya en plena primavera, Carlota vio algo en la televisión que captó su atención de inmediato: otra madre llorando por su hijo desaparecido. Oscar Acosta estaba unos meses de graduarse de la preparatoria cuando salió a jugar fútbol soccer un viernes por la tarde, sin regresar más. Le había comentado a su madre que una pandilla lo andaba molestando porque se rehusaba a andar con ellos. “Parece muy extraño. No se llevó ropa o dinero, ni nada”, decía la mujer. Carlota necesitaba hablar con ella.


Un sobrino de Abraham reconoció la casa de esa señora en la televisión; se encontraba a la vuelta de Applebee’s. Carlota tocó la puerta esa noche con el corazón golpeándole el pecho.

La señora María Arias no hablaba inglés y le contó a Carlota una historia conocida: los detectives le aseguraron que su hijo andaba con amigos y que regresaría después del fin de semana. Carlota recuerda que María dijo que a partir de ese día acudía a la estación de policía para recibir actualizaciones sin recibir información debido a la barrera del idioma. Posteriormente María me comentó que había tenido que pedir la ayuda de una amiga de la iglesia para que la ayudara a reportar a Oscar como desaparecido.

Esa era una frustración de los inmigrantes del Condado de Suffolk desde hacía años. La mayoría de los habitantes de Brentwood hablan español como primer idioma. Pero en 2016, solo tres personas en el Departamento de Policía del Condado de Suffolk, el cual cuenta con 3,800 empleados, habían pasado el examen de interpretación para personas de habla hispana. La abogada Ala Amoachi me comentó que representó a una mujer de habla hispana del Condado de Suffolk quien había llamado a la policía para reportar que su esposo la golpeaba. Cuando los oficiales fueron a su casa dejaron que el esposo le sirviera de intérprete a su esposa. El departamento se rehusó a comentar acerca del caso e informaron que ahora cuentan con diez intérpretes con certificación. El Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York, catorce veces más grande que el de Suffolk, cuenta con una cantidad 250 veces mayor de intérpretes certificados. El Departamento de Policía de Suffolk es uno de los mejores pagados del país. La mayoría de los detectives, incluido Pérez, ganan más de $200 mil dólares anuales. Sin embargo, a comparación con la mayoría de los grandes departamentos policiales de los Estados Unidos, Suffolk no otorga bonificaciones de sueldo adicionales por saber un segundo idioma.

El Departamento de Justicia de EE.UU. ha supervisado el Departamento de Policía desde 2011, cuando un grupo de adolescentes blancos salía a golpear a inmigrantes, habiendo matado a un ecuatoriano. La policía no había dado seguimiento a información que indicaba que ese grupo de adolescentes atacaba a inmigrantes y eso indicaba un patrón de discriminación, según el Departamento de Justicia. También mencionaron que los oficiales de Suffolk vigilaban demasiado, o demasiado poco, a los residentes latinos; deteniéndolos más que a los blancos por infracciones menores al mismo tiempo que no investigaban a fondo los delitos que ellos reportaran. El pasado mes de marzo, el Departamento de Justicia encontró que aun después de un periodo de siete años los oficiales del Condado de Suffolk no usan intérpretes profesionales de manera constante.

Sara Hernández, cuyo hijo desapareció en 2016 después de ser acosado por pandillas en la escuela. Tuvo que pagar a un taxista para que le hiciera de intérprete en la estación de policía.
Una zona del bosque cerca de Brentwood High School donde miembros de la pandilla MS-13 se juntaban para fumar marihuana. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

El Departamento de Justicia también encontró fallas que indican que la policía de Suffolk no hace lo suficiente para proteger a los adolescentes latinos en contra de las pandillas. En 2012, y en medio de una riña política, ese departamento de policía se retiró de una fuerza de tarea conjunta del FBI para combatir pandillas en Long Island. Varios detectives actuales y anteriores de Suffolk me comentaron que ellos no percibían a la MS-13 como amenaza a la seguridad pública, ya que sus víctimas generalmente se encuentran dentro de los bordes de la vida de los mismos pandilleros. Incluso tienen una frase para estas muertes: “asesinato de grado menor”.

“Cuando tenemos a un chico hispano desaparecido, la tendencia es suponer que tiene algo que ver con las pandillas”, dijo Ken Bombace, detective quien estuvo a cargo de investigar homicidios relacionados con la MS-13 en el Condado de Suffolk antes de dejar el departamento hace tres años. “Se tiene la idea de que estos chicos se están matando entre sí”.

En junio de 2016 desapareció un tercer adolescente inmigrante. Sarah Hernández, su madre, dijo que lo había sacado de Brentwood High porque los MS-13 lo acosaban ahí. Una tarde, un grupo de muchachos fue a su casa a buscarlo y él se escondió en su recámara. En otra ocasión sí salió y no volvió. Sara tuvo que pagarle al taxista para que le interpretara en la estación de policía ya que nadie hablaba español. El taxista dejó activo el taxímetro y le cobró $70 dólares. Ella dijo que era posible que su hijo anduviera con sus amigos y que regresaría pronto, lo mismo que le dijeron a la madre de Oscar y a Carlota.

Durante el verano Carlota siguió tratando de mantener la esperanza de que Miguel siguiera vivo pero sin poder llamar a casa. Los raros momentos en que se permitía imaginar que podría estar muerto le parecían traición, como si ella lo matara. Con la esperanza de encontrar una pieza de ropa o cualquier otra pista, empezó a caminar por el atardecer en una arboleda de pinos y robles que los policías llamaban “campos de matanza” debido a que ahí se reunían los MS-13, y se habían encontrado cadáveres. Encontró televisiones y sillones viejos y una lancha de motor abandonada. En el centro de ese bosque yacía un viejo edificio de ladrillo clausurado que había sido psiquiátrico y estaba abandonado. Carlota se asustó con las latas vacías de pintura en aerosol y las envolturas de dulces tiradas entre los arbustos y se preguntó quién las habría dejado allí. Al mismo tiempo se sintió tranquilizada, hasta hipnotizada, por el fuerte ruido de los grillos y el murmullo del tráfico en la distancia. “Era como si alguna desesperación me jalara. Una noche me gritó Abraham buscándome porque me estaba perdiendo allí adentro. Pero yo quería seguir y adentrarme aún más. Como si el bosque me estuviera llamando”, dijo.

Se aseguraba siempre de regresar antes del anochecer. “Por primera vez en mi vida le temí a la oscuridad.”



Carlota siguió comunicándose con Pérez semanalmente. Un día él invitó a toda la familia a la estación. Al entrar por la recepción, Carlota no vio ningún cartel de advertencia de seguridad o con personas desaparecidas. En el frente había paquetes de información en inglés y español para ayudar a personas a crear boletines para sus mascotas perdidas.

Los tres se sentaron en una oficina de detectives sin ventanas. Carlota esperaba que Pérez les diera noticias aunque también las temía. Sin embargo la familia me comentó que el detective adoptó una actitud que los tomó por sorpresa. Los acusó de saber más de lo que indicaban. Habló con Abraham en inglés, diciendo que ese era el idioma en los Estados Unidos y que él tenía que interpretar.

Otra familia de inmigrantes, quien se había reunido con la policía en 2016 debido a que su hija había sido amenazada por pandilleros, grabó en secreto su interacción con Pérez cuando él había servido de intérprete entre ellos y otro detective. Pérez no es intérprete certificado y, en el video, en lugar de hablar en español, le preguntaba a la hija si era bilingüe y comenzó a interrogarla en inglés aun cuando el padre protestaba diciendo que él no entiende. “¿Crees que somos tan tontos como los chicos con quienes andas? ¿Crees que todo esto es broma?” dice Pérez.

En su conversación con Pérez, Carlota y Lady insistieron que ellas no sabían nada más. Carlota no entendía por qué pensaba que le ocultaría a la policía cualquier cosa que podría ayudarlos a encontrar a Miguel. Lo que dijo el detective a continuación se grabó en la memoria de los tres miembros de la familia. Pérez volteó hacia Carlota y le dijo: “Si está tan preocupada, vaya a pagarle a un brujo para que encuentre a Miguel.”

Después de eso el departamento reemplazó a Pérez con tres oficiales sucesivos que parecían más compasivos pero no más eficaces. Pérez no contestó las dos docenas de preguntas que le envié por correo electrónico. Me colgó cuando lo llamé y cuando toqué a su puerta en una comunidad cercada a unos cuantos poblados de Brentwood, me dijo que me fuera de su propiedad.

En agosto de 2016 encontraron a un inmigrante de 18 años, muerto en un parque con marcas de machetazos por todo el cuerpo. Carlota siempre animó a sus hijos a pasar tiempo afuera. Ahora, cuando Lady hacía planes con amigos y para ir a la iglesia, ella le suplicaba que se quedara en casa. Con tanta dificultad para funcionar sola, se cambió al departamento de sótano de Abraham llevándose a Lady. “Su dolor era muy grande porque no sabía nada y la policía nunca la llamaba”, dijo Abraham. “Yo pensaba que Miguelito debía estar muerto en algún lado, pero por supuesto nunca podría sugerírselo a ella.”

Un retrato de Timothy Sini, que era comisario de la policía cuando Miguel desapareció, está colgado en un museo dentro de la jefatura del Departamento de Policía de Suffolk County. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

Ya para septiembre Carlota casi no salía. Algunos días sentía alivio de no tener noticias sobre el caso de Miguel, y otras veces se sentía desesperada por saber cualquier resolución sin importar lo que fuera. Lady le enviaba mensajes de Facebook a Miguel cada varias semanas. “Te queremos”. “Por favor regresa, mi mami está realmente sufriendo”. “Hermanito, te extraño”. Los miembros de la MS-13 comenzaron a hostigar a Lady en la escuela nuevamente con la amenaza de que ella sería la siguiente en desaparecer si no se unía a ellos. Ella le pidió a su madre que hiciera algo para que la policía volviera a ponerle atención al caso, por lo que Carlota decidió localizar a otro reportero de Univisión quien estuvo de acuerdo en grabar un segmento afuera de la escuela. El reportero le preguntó a Carlota dónde pensaba que estuviera su hijo pero cuando estuvo a punto de contestar el productor la interrumpió. Habían atacado a dos chicas de Brentwood High, Kayla Cuevas y Nisa Mickens cuando caminaban cerca de sus casas. A Nisa la habían matado en la calle y Kayla corrió hacia una arboleda y no regresó por la noche. La policía informó a las autoridades estatales que se había fugado de su casa y ahora encontraban su cadáver.

Carlota siguió al reportero a la escena del crimen donde las patrullas con luces bloqueaban la calle. Carlota vio a una mujer llorando allí en medio. “Pensé, primero Miguel, ¿y ahora estas chicas? ¿Qué está pasando en esta ciudad? Sentí el pánico y traté de no pensar”, dijo Carlota.

Este caso era diferente a los anteriores. Las víctimas eran ciudadanas estadounidenses, nacidas en este país y los pandilleros ni siquiera habían tratado de esconder los cuerpos. Sus padres tenían buenas casas y trabajos profesionales, y hablaban inglés. “¿Dos chicas de preparatoria matadas por los MS-13?” dijo Rob Trotta, legislador del Condado de Suffolk County y ex detective de pandillas. “Ese no era un asesinato menor”.

Los asesinatos se difundieron en los noticieros nacionales. Trump alabó a los padres de las chicas y los invitó al discurso sobre el estado de la nación. El Departamento de Policía del Condado de Suffolk se encontró bajo una presión intensa para resolver el caso. Pusieron carteles en los que se ofrecía una recompensa de $15 mil dólares por ayudar a capturar a los asesinos. Los oficiales recorrieron casa por casa pidiendo pistas. Durante el verano, los oficiales de Suffolk habían rechazado una oferta para comenzar un programa antipandillas para adolescentes inmigrantes en Brentwood, según informes de dos personas que conocen el episodio. Entonces llamaron nuevamente al organizador para indagar cómo iniciarlo. La policía arrestó a docenas de pandilleros MS-13 sospechosos y creó un mapa con los grupos de la localidad. En solo unos días comenzaron a buscar en los bosques con pastores alemanes y palas.

Zagajeski, jefe de la escuadra de pandillas de Suffolk, dijo que el asesinato de las chicas hizo que la policía prestara más atención a los informes de los adolescentes latinos desaparecidos. “Mientras que antes se pensaría, ‘Ah, una chica perdida, escuchamos esto todo el tiempo’, ahora era más bien ‘Ah, ¿una chica perdida en Brentwood? Hay muchos pandilleros por ahí, vamos a ver de qué se trata’”, me comentó.

El Teniente Tom Zagajeski de la policía de Suffolk, jefe de una unidad antipandillas en Brentwood, retratado en una parte del bosque donde miembros de MS-13 se juntaban para hacer planes. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

Durante los días del doble asesinato, Carlota y Abraham regresaron al lugar del mismo y hablaron con la mujer a quien vieron llorar en la calle, la madre de Kayla Cuevas. Le platicaron acerca de Miguel y ella le dio un rosario a Carlota como gesto de solidaridad. Un detective de la fuerza de tarea del FBI para combatir pandillas fue a visitar a Carlota a su casa. Él le juró que renunciaría a su trabajo si no encontraba a Miguel, quien faltaba desde hacía ya siete meses. Tomó una muestra para tener su ADN y le mostró a Lady la foto de un muchacho a quien identificó como Alexander, el chico de los mensajes de Facebook.

El 21 de septiembre de 2016, semana después del asesinato de las muchachas, Lady miraba la cobertura de la caza de los homicidas cuando apareció un boletín de alerta. La policía identificaba el cuerpo encontrado unos días antes en el bosque como Oscar Acosta, alumno de preparatoria. Carlota salió corriendo de su cuarto y vio las tomas de la policía caminando a orillas de los mismos campos de matanza por donde había buscado junto con Abraham. El locutor luego anunció que habían descubierto un segundo cadáver. Carlota también se dio cuenta de que dos hombres de traje se aproximaban a su puerta. Le comenzaron a temblar las piernas. Eran del FBI y venían con un intérprete para decirle lo que ella ya ideaba por lo que acababa de ver en la televisión: el segundo cuerpo era Miguel.

Cayó al suelo y comenzó a arañar los azulejos con las manos. Luego vio a Abraham quien regresaba de su trabajo de instalación de aislamiento y salió corriendo del departamento hacia él, cayéndose nuevamente y rodando por las escaleras. Abraham titubeó en abrazarla porque traía la ropa del trabajo repleta de fibra de vidrio. Dos días después Carlota despertó en una cama de hospital. El personal de traumatología anotó en su expediente que se encontraba en un estado mental alterado y sin poder contestar preguntas. “La paciente solo repite: sólo mátenme. Mi hijo, mi hijo”.

Pasó los días internada maldiciéndose a sí misma por haber traído a Miguel a un lugar donde podría haber sido blanco de las pandillas. Recordó haberle dicho que ignorara a los chicos que lo molestaban en la escuela. ¿Había sido descuidada? En la mente se repetía un mantra, “quiero morir”.

Pérez llamó a Abraham para decirle que lamentaba la pérdida de la familia. Poco después de que Carlota saliera del hospital encontraron el tercer cadáver de un alumno de Brentwood High. Él también había sido enterrado en los campos de matanza.

La ropa y los animales de peluche de Miguel habían reconfortado a Carlota durante los meses de incertidumbre. Olían como él y parecían ser una conexión fundamental con alguien que seguía con vida. Ahora los metía en cinco bolsas de basura que dejaría en la calle junto a los alteros de hojas secas otoñales.

La causa de muerte de Miguel indicada por el médico forense fue un golpe fatal en la cabeza; el lugar de fallecimiento, una calle no identificable. Era probable que lo hubieran matado la noche que desapareció aunque resultaba difícil determinarlo con exactitud debido a que solo quedaban los restos de su esqueleto, al descomponerse el cuerpo con el tiempo. Carlota quiso enterrarlo en un ataúd y darle un funeral en la Iglesia Católica, pero la policía le devolvió los restos cremados de Miguel en una pequeña caja de cartón. Abraham decidió no traducir la sección del informe forense que indicaba que los huesos del chico tenían largas marcas en cruz hechas con machete.


La policía luego comenzó a poner más atención, pero siguió la matanza. Cuando se descubrió el esqueleto de Miguel, la cuenta de cadáveres relacionados con la MS-13 en el Condado de Suffolk subió a diez. En octubre, Javier Castillo, otro chico de 15 años, desapareció y fue nombrado en el registro estatal como fugado de casa, solo para ser encontrado enterrado en el bosque un año después. Un hombre golpeado al grado de pulverizarle la cara fue dejado en la calle. Un transeúnte inocente fue balaceado en una delicatesen. Y, aún con todo eso, nadie había recibido cargos por los asesinatos. En la cima de la violencia, los asesinatos de la MS-13 contaban como el cuarenta por ciento de todos los homicidios en el Condado de Suffolk. Los residentes latinos comenzaron a evitar las calles después en las noches.

En abril de 2017 la pandilla dejó a cuatro chicos en una escena horripilante en el bosque, lo cual sumó a la cuenta muertes para un total de dieciocho. Los cuerpos fueron encontrados por el familiar de una de las víctimas quién mencionó que le había hecho señas a un oficial de policía que pasaba por allí y pidió ayuda con la búsqueda; la policía solo le instruyó que fuera a la estación a presentar una denuncia.

De las familias del Condado de Suffolk con hijos perdidos a manos de las pandillas durante el frenesí homicida, nueve me comentaron que, efectivamente, se sintieron ignorados y no respetados por la policía en ciertos momentos. La mayoría dijeron que ellos mismos tuvieron que buscar a sus hijos y que fue difícil comunicarse con la policía. Por lo menos cuatro vieron que sus hijos fueron registrados como adolescentes fugados antes de que se encontraran sus cuerpos.

“La policía me trató como si únicamente estuviera lidiando con un chico rebelde; entretanto, yo viví el peor año de mi vida”, dijo Ernesto Castillo, padre de Javier.

En su cargo de Jefe del Departamento de Policía del Condado de Suffolk entre enero de 2016 y principios de este año, Timothy Sini fue el eventual responsable del manejo de esta crisis. Sin embargo, cuando le pregunté acerca de Miguel y los demás adolescentes desaparecidos en 2016, se confundió. Inicialmente dijo que los chicos habían desaparecido en 2015 antes que de él fuera el comisionado. También dijo que aunque la policía había registrado a Miguel como adolescente fugado de casa, los detectives habían sospechado un homicidio de inmediato. Los expertos del orden público me indicaron que si la policía creía que inmigrantes alumnos de preparatoria eran los objetivos, deberían de habérselo advertido a la comunidad.

Un poste de teléfono en Brentwood cerca de donde Carlota vivía cuando Miguel desapareció.
Timothy Sini, ahora fiscal de distrito, dijo que la policía sospechaba que Miguel había sido asesinado aunque lo registraron como si fuera un chico fugado. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

Sini admite que la policía aumentó sus esfuerzos cuando las chicas fueron asesinadas siete meses después de desaparecer Miguel. “Si desea criticar al Departamento de Policía del Condado de Suffolk por no haber hecho lo suficiente contra la MS-13 antes de eso”, dijo Sini, “supongo que puede hacerlo”.

También dijo que era ofensivo usar la frase “asesinato de grado menor”. “Necesitamos hacer todo lo posible para erradicar a la MS-13 y yo continuaré esa labor. Cualquier víctima lesionada o muerta es una tragedia”, comentó.

Sini es un Demócrata ascendente en un condado de Trump, y actúa actualmente como fiscal de distrito de Suffolk. Su lema durante la elección fue: “el hombre que desbarató a la MS-13”. Sini mencionó que ha tomado tiempo cambiar la cultura del Departamento de Policía. El encargado del mismo antes de él está actualmente en prisión por sospecha del robo de una bolsa con pornografía y vibradores de su automóvil policial incognito.

Uno de los logros más importantes de Sini en su papel de comisionado fue reconciliarse con el FBI y enviar detectives a la fuerza de tarea contra pandillas de ese organismo. Con el liderazgo de la misma, los investigadores comenzaron a avanzar contra los MS-13 y los fiscales federales pudieron imponer acusaciones formales para los sospechosos de la mitad de los asesinatos. La mayoría de las personas con cargos de organizar la violencia eran parte del grupo de Marinos de la MS-13, la pandilla más poderosa en Brentwood High. Algunos de ellos son muchachos de 15 y 16 años.

La ola de violencia de la MS-13 ha disminuido en su mayor parte, aunque el caso de Miguel ha dejado a la policía sin palabras. Simi comunicó que la policía sospechó un homicidio desde el principio, pero su muerte sigue sin resolverse dos años y medio después. Cuando le pregunté por qué, Sini dijo: “¿En serio me pregunta eso? Las autoridades han hecho un labor tremenda. Hicieron que los MS-13 huyeran en el Condado de Suffolk. Realmente esa es una pregunta ridícula.”


Carlota y Abraham dejaron de rondar los campos de matanza pero siguen buscando pistas. El invierno pasado los acompañé a una audiencia en el juzgado federal de Long Island en la cual se consolidaron todos los asesinatos de la MS-13 dentro de en un solo caso.

En la sala del juzgado tapizada en madera, los padres de las víctimas se saludan entre sí como viejos amigos en la iglesia. Los padres de Kayla le pidieron a Carlota que se acercara con un gesto. Cuando entraron los acusados Carlota se sorprendió de lo infantil que se veían, con solo un poco de vello en la cara y piernas y brazos larguiruchos por no haber terminado de crecer aún. Una mujer en la sala subió a una niña pequeña con abrigo rosa, captando la mirada de uno de los acusados quien le sonrió y la saludó con manos esposadas.

Abraham y Carlota asisten a una audiencia preliminar para el caso consolidado contra MS-13 en un juzgado federal en Long Island. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

La madre de Kayla le hizo notar a líder de los Marinos. Uno de ellos era Jairo Sáenz, de 19 años. Los fiscales le impusieron cargos de seis homicidios que incluyen la muerte de las dos chicas y Oscar Acosta, cuyos restos fueron encontrados junto a Miguel. Jairo no se ha declarado culpable. La acusación formal indica que él marcó a sus víctimas de muerte por sospechar que se relacionaban con pandillas rivales. Es probable que el método con el que se le acusa por la muerte de Oscar refleje lo que le ocurrió a Miguel. Los cómplices invitaron a Oscar al bosque cerca de la escuela para fumar porros. Luego, según la acusación, los Marinos lo atacaron, lo metieron al baúl de un auto para llevarlo al campo de matanza, lo machetearon hasta morir y finalmente lo enterraron en una fosa poco profunda.

Carlota recordó los mensajes que Alexander le envió a Miguel. Mencionaba a Jairo varias veces. Jairo era quien les conseguiría los porros. Y quería que Miguel fuera solo. Era el único a quien honraban con el nombre de “ese hombre Jairo”. Carlota se sentó erguida para poderlo ver, al mismo tiempo que estrechaba la mano de Abraham. Jairo se veía más musculoso que los demás acusados y tenía pestañas largas. Una fila de muchachas le enviaban con los labios mensajes de apoyo cuando el fiscal detallaba los delitos. Jairo no mostró reacción alguna cuando el fiscal dijo que la procuraduría buscaría la pena de muerte, pero las chicas jadearon y murmuraron. Una de ellas abrazó a su bebé demasiado fuerte, haciéndolo llorar.

Los padres platicaron entre sí en el pasillo luego de la audiencia. A través del gran ventanal del décimo piso se veía el boscoso paisaje de Long Island donde había ocurrido gran parte de la violencia. Otra madre confesó que la policía se había rehusado a permitirle ver el cuerpo de su hijo por estar tan desfigurado. Carlota le pidió a Abraham que se acercara a los fiscales.

“Yo soy el padrastro de Miguel, uno los desaparecidos”, le dijo a uno de ellos.

Un altar en honor a Miguel en la casa de su familia. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

El fiscal preguntó quién era Miguel y cuándo tiempo había estado perdido. Luego los dejó y regresó con su jefe, quien pasó a Carlota y Abraham a una pequeña oficina. Cuando salieron mencionaron que el jefe comentó que el caso de Miguel era más difícil de determinar y que seguía bajo investigación. Los fiscales estaban esperando que alguien hablara. Al salir, un miembro de la fuerza de tarea del FBI añadió que Abraham debía llamar a su policía local.  

Eso no es tan fácil como se oye. Una tarde durante este último verano, Abraham revisó un altero de tarjetas de presentación desgastadas y probó varios de los teléfonos de los detectives. El departamento permaneció como santuario dedicado a Miguel. Carlota mantuvo la urna de sus cenizas en el buró de Lady rodeado de sus muñecos de peluche, varias biblias abiertas en pasajes sobre la justicia vehemente y el globo de acetato, ahora desinflado, que le había comprado para el Día de San Valentín la semana que desapareció. En la esquina se encuentra una gorda carpeta de documentos para su solicitud de ciudadanía. No había podido decidir si desea hacerse ciudadana o regresar a Ecuador para siempre.

Pasando media hora Abraham pudo comunicarse con el detective de homicidios del Condado de Suffolk encargado del caso de Miguel, para pedir un seguimiento. También puso la llamada en altavoz para que yo pudiera escuchar. “Seguimos trabajándolo, tanto nosotros como el FBI. Todavía estamos tratando de determinar que sucedió”, dijo el detective.

Abraham preguntó acerca de Alexander. ¿Cuál era su nombre completo? ¿Se había escapado?

“Ese fue uno de los chicos con quien hablamos. Necesitaría ver en la carpeta para buscar el nombre”, dijo el detective. “Ya hablamos con todos los que teníamos con nombre; realmente no proporcionaron información que se pudiera usar. Lamentablemente hay veces que estas cosas se tardan un largo tiempo”.



Decidí buscar información útil yo misma pero no encontré mucho durante meses. Ninguna persona con quien hablé me pudo decir el nombre completo de Alexander y él nunca regresó a Brentwood High. Eventualmente hablé con dos adolescentes quienes me dijeron que no habían sido interrogados acerca de Miguel pero sí sabían quién lo había matado. Dijeron que había sido “ese hombre Jayro”.

Ellos y otros me dijeron que Jairo había llegado desde El Salvador de adolescente. Había trabajado en proyectos de construcción y vivía en una casa grande con su madre, hermano, tres hermanas y un perro pit bull. Solía deambular por los pasillos de Brentwood High pero raramente entraba a clases. Era amigable y cautivador y logró su apodo pandillero de “Funny”. A las chicas les gustaban sus hoyuelos y el olor fuerte de su colonia. Llenaba sus cuentas de medios sociales con selfies y fotos de su hija bebé. A principios de 2016 cambió, diciéndoles a sus subordinados de la pandilla que tenía que aparentar ser duro para que los demás no le faltaran al respeto. Los abogados de Jairo no permitieron que estuviera disponible para una entrevista.

Henry, miembro de la MS-13 de Brentwood High e informador con la policía, me dijo que la pandilla percibía a Miguel como demasiado amistoso y afeminado. También confundió a los Marinos. No parecía tener amigos pandilleros, pero a veces iba al colegio con la bandana roja de los Sangres puesta, o el rosario de los MS-13, o vestido todo de negro como la pandilla de la Calle 18. Henry pensó que Miguel solo era un nerd, chico torpe que solo quería verse “cool”, pero los miembros de la MS-13 empezaron a circular fotos de él en un mensaje de texto en grupo.

Henry dijo que bajo las órdenes de Jairo, él cuestionó Miguel acerca de cómo se vestía. Jairo escuchó en el altavoz del teléfono cuando Miguel dijo que él no tenía que explicarle nada a nadie. Y eso fue todo. Miguel fue marcado a muerte porque los Marinos pensaron que le faltó respeto a la MS-13 poniéndose ropa de pandillas rivales. Henry dijo que después de que los Marinos mataran a Miguel, varios miembros regresaron a desenterrar su cuerpo para cortarle las extremidades y darle un machetazo en la cara. Alrededor del tiempo que la pandilla destrozaba el cuerpo de Miguel, Carlota rogaba en televisión aseverando que su hijo no era fugitivo de su casa.

Carlota y Abraham en su casa. (Natalie Keyssar, especial para ProPublica)

La ex novia de Jairo, apodada Chinita, también está vinculada con el asesinato. Ella comenzó a salir con Jairo cuando empezó la secundaria a los 14 años, pensando al principio que era dulce y porque le gustaba que la pudiera llevar en auto al cine y al centro comercial. Él luego se hizo más posesivo y le mandaba mensajes extraños, al grado de que la chica pidió una orden de restricción en su contra. Chinita dijo que poco después de que desapareciera Miguel, Jairo le mandó un texto diciendo que se encontraba en el bosque jugando con dientes humanos. También le envió una foto de unos pantalones deportivos negros sucios, como los que llevaba puestos Miguel cuando desapareció.

En septiembre de 2016, justo después de encontrar el cadáver del muchacho, la policía arrestó a Jairo por manejar sin licencia. Los oficiales lo dejaron en libertad con un citatorio para presentarse en el juzgado, al cual no hizo caso. En menos de dos semanas de esas fechas, los padres de Chinita presentaron un informe de persona desaparecida diciendo que Jairo se la había llevado y la tenía escondida en su casa. No obstante, la policía la registró como adolescente que huyó de su casa. Sus padres dicen que pidieron que los oficiales la buscaran en casa de Jairo, pero que nunca lo hicieron. Chinita se escapó dos meses después y llamó a su madre. Dijo también que la policía se rehusó a enviar una patrulla y le dijeron que tomara un taxi a su casa. Posteriormente, el FBI encontraría el surtido de armas, bates y machetes del grupo enterrados en el patio trasero.

Hacia el otoño de 2016, Jairo tenía a su nombre una orden de restricción, faltó a la audiencia de la infracción de tránsito y había supuestamente secuestrado a una menor. Y luego, habiendo ya matado a tres personas sin contar a Miguel, procedió a matar por lo menos a tres más, de acuerdo con los fiscales federales.

La última vez que visité a Carlota, ella y Abraham habían empezado a buscar un departamento nuevo. Decidió permanecer en Long Island hasta que a alguien se le impongan cargos del asesinato de Miguel. Espera mudarse al Condado de Nassau, al cual denomina como el “lado americano” de Long Island. Carlota siente un miedo especial estos días. Otro adolescente inmigrante fue asesinado en el Condado de Suffolk durante el verano. La madre de Kayla Cuevas fue golpeada por un SUV alrededor de una ceremonia en memoria de su hija y después de tener una discusión con el conductor.

Cuando le platiqué a Carlota lo que había averiguado sobre Jairo, agitó la cabeza y habló con furia. ¿Cómo era posible que un grupo de adolescentes cometieran tantos homicidios, convirtiéndose esencialmente en asesinos en serie en el espacio de un año, y, aun cuando las pistas estaban ahí mismo en los mensajes que le habían enviado a su hijo durante las vacaciones de invierno?

“Da la sensación de que la policía en este lugar tiene esta actitud de que nosotros los latinos nos estamos matando entre nosotros, y que este es país de ellos”, dijo. “Si Miguel hubiera sido estadounidense, quizás hubieran hecho algo rápidamente. Si hubieran investigado aquí y allá, sería posible que estos otros chichos no tuvieran que morir”.

Aunque todavía no encuentran un lugar nuevo para vivir, Carlota ya está empacando las cosas del departamento. Por fin se deshizo de la cama donde dormía Miguel, pero resguardó las tarjetas de los detectives en un cajón para no perderlas en el tiradero de la mudanza. Será lo último que empacará cuando esté lista para irse, por si acaso.

Nota de la traductora: Los mensajes de texto llevan la misma ortografía que los originales.

Hannah Dreier cubre inmigración para ProPublica. Este año, está enfocada en la intersección entre investigaciones criminales y operaciones policiales de inmigración.

[email protected] @hannahdreier

Traducción de Mati Vargas-Gibson y Carmen Mendez. Ilustraciones de Julia Kuo, especial para ProPublica. Fotos for Natalie Keyssar, especial para ProPublica. Diseño y producción por Jillian Kumagai y Agnes Chang.


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